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Sobre la Dislexia

Ser disléxico no es tan malo.


No, no me creo Papelucho ni es un delirio más de los que me invaden cuando me siento frente al teclado. Soy disléxico, y lo peor de todo es que me enteré a los 37 años, cuando volvía a estudiar después de un receso neuronal de 18 años. Mi intención al asistir a la consulta del sicólogo, fue para que me enseñara alguna técnica para mejorar mis oportunidades de éxito. Tenía muchas ganas de aprender y no quería fracasar como lo había hecho tantas veces, en los 5 colegios en que estudié (sí, cinco. No sólo no era buen estudiante sino bastante inquieto, lo que me valió sendas patadas en el trasero de parte de las instituciones en que estuve). Siempre pensé que era un mal alumno, al menos así me lo hicieron creer todos los que me rodeaban, tanto en el colegio como en mi casa. No fue culpa de ellos. En esa época no sabían lo que sé ahora sobre el tema.

El, “no tiene cabeza para la escuela”, “es negao pa´ los estudios” o “puta que tení mala memoria, oh” era pan de cada día en mis tiempos de escuela. Siempre fui “cuatrero”, no importaba cuanto me esforzara, y estuve a punto de ser enviado a una “escuela especial”, porque creían que sufría algún grado de retraso según el orientador de un liceo salesiano, donde duré unos años antes de que me expulsaran a mitad de séptimo. En la Universidad fue más de lo mismo.

Grande fue mi sorpresa cuando me enteré de que era disléxico. A mí me sonaba a “tara mental”, pero el sicólogo me sacó de mi error y me demostró con tests y otras experiencias, que ser disléxico distaba mucho de lo que pensaba y que muchos aún piensan. Pero antes de decir lo que es, les diré lo que no es:
Ser disléxico NO es tener una discapacidad sensorial o mental.
Ser disléxico NO es ser flojo o desmotivado.
Ser disléxico NO es sinónimo de déficit atencional.

El origen etimológico del término es “dys” que en griego significa inadecuado, desorden, inversión o pobre, y “lexis” que es palabra o lenguaje, es decir, dificultad del lenguaje o dificultades con la lectura y la ortografía. Según la licenciada Natalia Calderón Astorga, Master en Educación, Terapeuta del lenguaje oral y escrito, y Especialista en Dificultades del Aprendizaje, se define actualmente como un “trastorno en la adquisición de la lectura, con repercusiones en la escritura”, pero esa es una de las muchas acepciones posibles de encontrar, de ahí la confusión para comprender a ciencia cierta de qué se trata la dislexia para los que no somos entendidos en el tema.

La más aceptada universalmente es que la dislexia es una alteración de tipo neurológico, de origen genético por ende heredado, que interfiere con la adquisición y el procesamiento del lenguaje receptivo y expresivo, que puede influir en el procesamiento fonológico, lecto-escrito, la ortografía, caligrafía y en ocasiones en la aritmética. Esto aún es tema de discusión para neurólogos, sicólogos y especialistas en el lenguaje. Si ellos no se ponen de acuerdo en cómo definirlo, que queda para nosotros los disléxicos que apurado podemos enlazar una frase sin cometer faltas ortográficas o gramaticales. Todo mal.

Lo peor es que como condición genética que es, nos acompañará para toda la vida. No se cura (porque no es una enfermedad) y no se quita (porque no es una afección a la piel o algo parecido). La buena noticia es que esta condición no está relacionada con causas de índole intelectual, cultural o emocional. Es decir, no somos retrasados, ni flojos, ni ignorantes, ni inútiles, ni disociales, ni emocionalmente disfuncionales. Esto se trata de que aprendemos de formas distintas a la que los demás lo hacen. Ser disléxico, según Ronald D. Davis autor de “El Don de la Dislexia”, no es más que una particular manera de percibir el mundo, una forma diferente de interpretar ciertos símbolos o palabras.

En nuestro país no existen estudios acabados sobre el tema. En Inglaterra, la Asociación Británica para la Dislexia afirma que es una alteración del aprendizaje que no dice relación con el potencial mental y educativo del alumno, sino más bien con una incapacidad para adaptarse a los métodos convencionales de enseñanza en las aulas. De hecho estudios más recientes afirman que los disléxicos tendemos a procesar la información de una forma visual o imaginativa. Es decir, elaboramos el pensamiento primeramente a través de la “inteligencia visual”. Nuestro pensamiento produce una especie de película continua de lo que experienciamos. Si no sabemos identificar esos símbolos, nuestra película se ve interrumpida. Esto da pie a distracciones o equivocaciones involuntarias debido a que tratamos de enlazar nuestra película con esos símbolos que muchas veces carecen de significado para nosotros. En los rígidos métodos de enseñanza basados en los símbolos, afecta nuestra capacidad lecto-escritora, matemáticas, coordinación motora, de equilibrio y concentración.
A raíz de lo anterior, la dislexia suele ser mal diagnosticada, y considerando que esta condición afecta a un muy alto porcentaje de la población, no debiera ser tratado a la ligera. Dificultades en el desarrollo de los procesos de memoria, análisis, síntesis, abstracción y categorización son algunas de las consecuencias de errar el diagnóstico en un posible caso de dislexia.

Comprenderán las dificultades por las que debí pasar para adaptar mi mundo al de las aulas, y así poder tener una oportunidad. No fue fácil. Tener que vivir con esta condición y saber que será por el resto de mi vida fue duro, pero lejos de desanimarme, me hizo reflexionar sobre lo vivido y decidí que revertiría todo esto mi favor. Desde entonces no he dejado de estudiar el tema y he llegado a mis propias conclusiones, de eso hacen ya casi 10 años. Estudios recientes afirman que se requiere un cambio en la mentalidad de los padres y docentes para apoyar a los niños con dislexia, y así poder potenciar sus habilidades naturales. De hecho los disléxicos tienen un coeficiente intelectual más alto que la media. Esto debido a que deben adaptarse a un mundo que no está hecho para ellos.

Según Ron Davis, el “pensamiento en imágenes” de los disléxicos es de 400 a 2000 veces más rápido que el pensamiento verbal y mucho más complejo, profundo y amplio debido a que una imagen se ajusta mejor a lo que una palabra expresa o significa.
Una persona con pensamiento visual será capaz de dominar muchas habilidades, más rápidamente de lo que pudiera comprender o entender otra persona con pensamiento verbal, sobre todo cuando el aprendizaje es presentado de manera experimental. De ahí que muchos disléxicos se dediquen profesionalmente a trabajos que requieren capacidad espacial, como arquitectura o diseño, escultura y tantas otras actividades artísticas y creativas. Son capaces de visualizar lo que van a hacer incluso antes de comenzar a hacerlo.

Los disléxicos suelen ser más intuitivos que otras personas, debido en parte a que la rapidez de sus imágenes mentales hace que elaboren procesos mentales complejos saltándose pasos que a ellos les parecen obvios. Pueden resolver problemas matemáticos sin seguir los pasos convencionales y muchas veces sin lápiz ni papel. En realidad se trata de una forma sumamente desarrollada de razonamiento.
Son más curiosos que la mayoría de las personas debido a que su pensamiento usa todos los sentidos para conocer su entorno, y va mucho más rápido que el pensamiento de otras personas.

Si todas estas habilidades no son inhibidas externamente, pueden resultar en una inteligencia más alta de lo normal y una extraordinaria capacidad creativa.
Y en esto la historia me da la razón. Albert Einstein, para quien la teoría de la relatividad, que le llegó como una intuición, era un concepto simple, para una persona normal es casi incomprensible. Sus profesores decían que “era lento mentalmente, poco sociable y divagaba constantemente en sus estúpidos sueños”. Thomas Edison afirmaba que “mis profesores decían que tengo una mente confusa... mi padre creía que era estúpido, y casi llegué a convencerme de que tenía que ser un zopenco”. Leonardo Da Vinci muy disgustado a este respecto afirmó “deberían preferir a un buen científico sin aptitudes literarias a un científico culto sin conocimiento científico”. Winston Churchill solía decir que la escuela lo desanimaba y que se sentía en desventaja frente a los demás. Agatha Christie, escritora de las famosas aventuras del investigador Hércules Poirot, decía que “era conocida como la retrasada de la familia”.
También están los disléxicos más contemporáneos como Tom Cruise que todavía tiene que mentalizar en imágenes sus papeles, y Cher quien tenía muy malas notas en la escuela, la dejó a temprana edad por los problemas que tenía para comprender. Danny Glover, coestrella en la saga de Arma Mortal afirmaba “los niños se reían de mí porque tenía la piel oscura, la nariz grande y era disléxico. Incluso como actor tardé en darme cuenta de la razón de que las palabras y letras se mezclaran en mi mente y saliesen de forma diferente”. Magic Johnson decía “la miradas fijas, las risas tontas...Quería demostrar a todos que podía conseguir más y también que podía leer”. Sobre George Patton, destacado general de los aliados en la segunda guerra mundial, el biógrafo Martin Blumenson escribió “el joven George...aunque era listo e inteligente y estaba lleno de energía, no sabía leer ni escribir bien. Su esposa corregía su ortografía, su puntuación y su gramática”. La historia está llena de ellos y muchos fueron disléxicos que llegaron a ser considerados genios gracias a esta condición.

Guardémonos bien entonces de hacer juicios precipitados o de estar coartando el talento o la genialidad o ambas, con nuestras expresiones desalentadoras, de quien podría ser un próximo Walt Disney, que dicho sea de paso, también era disléxico.
Y yo, bueno, después de haberme titulado con la nota más alta de mi promisión y la nota máxima en mi examen de título, incluyendo un 7 en el examen de Trigonometría, sigo batallando contras mis demonios interiores y contra una imaginación desbordante, esta vez mediante las letras. Si he tenido éxito o no, sólo ustedes pueden decirlo. Este Blog fue creado para ese ejercicio (comprenderán ahora por qué lo llamé así).

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