¿Qué Fragmentos te gustaron más?

¿Que por qué escribí esto? Bueno...

¿Han deseado alguna vez mandar todo al Diablo y hacer lo que les da más satisfacción, pese a las críticas?

Si hay algo difícil de explicar es por qué a quienes disfrutamos de un buen libro, nos gusta tanto que el autor juegue con nuestras emociones sometiéndonos a las más inverosímiles situaciones aprensivas, sufrir de la incertidumbre más absoluta y sorprendernos con desenlaces inesperados, haciéndonos reír a mandíbula batiente, asustar hasta quedar con el alma en un hilo, y emocionar hasta las lágrimas a través de sus personajes. ¿Una jugarreta del inconsciente quizás, que evidencia nuestros deseos ocultos de experimentar esos lances, aunque sólo por empatía con los personajes a quienes en secreto envidiamos su arrojo?, ¿o es que existe en cada uno de nosotros un aventurero en potencia, que sólo aguarda el momento de aflorar para experimentar la aventura en carne propia?

Jamás he disfrutado tanto de la aventura como de la comodidad de mi sillón siendo un mero espectador de ésta, y es que es, pese a ser esas precisamente mis preferencias a la hora de escoger un libro, no soy un hombre de riesgos.

En mis casi cincuenta años de vida, nunca me he arriesgado a hacer algo de lo que no me creyera capaz. Odio la sola idea de aventurarme en lo que no conozca suficientemente bien como para desempeñarme en forma, al menos, decorosa, por lo que a menudo he optado por abandonar una empresa incluso antes de haberla empezado. Esta tendencia me ha marcado desde pequeño, dificultándome el concretar mis proyectos personales, pese a que en mi mente las ideas fluyen casi sin control.

Es difícil admitir que la causa por la que no se es más feliz o no se ha llegado más lejos, es uno mismo, y que las limitantes son, en su mayoría, auto impuestas. Quizás es por eso que durante todos estos años, he experimentado una persistente sensación de insatisfacción, pese a que he tenido un buen pasar y una linda familia, que es a lo que aspira todo ser humano, lo que me llevó a cuestionar mis preceptos y a reconsiderar todo lo que he hecho y dejado de hacer. El balance no me fue favorable.

Me pregunté qué podía hacer para inyectar algo de esa aventura en mi existencia, que me hiciera sacar a la luz la creatividad largamente contenida. Algo que había gravitando en mi cerebro desde hacía un tiempo y estaba más dentro de mis posibilidades, pero no por ello menos riesgoso, fue la respuesta; escribir.

¿Es posible hacer algo aventurado sin correr riesgo? La respuesta es simple, no se puede. ¿No debería aceptar entonces que el fracaso es una parte tan importante de nuestras vidas como lo son nuestros logros? Este razonamiento, que aparentemente pudiera parecer obvio, resulta una verdadera pesadilla para quienes, como yo, tienen un temor casi patológico al fracaso.

Los éxitos nos entregan satisfacción y envanecen nuestro ego, pero es poco lo que aprendemos de ellos en comparación con lo que podemos aprender de nuestros fracasos. Sin el fracaso nuestra civilización jamás hubiese existido, porque en el sencillo proceso de ensayo y error, radica el éxito de una forma de vida tan compleja como la nuestra.

Como buen lector, he dedicado muchas horas de mi vida a esta actividad, pero éste solo hecho no me faculta para escribir un libro, como tampoco el que me guste el cine me faculte para dirigir una película. Hay una gran cantidad de estudio y preparación técnica previa sin contar con una importante dosis de talento. Recordemos que hay buenos y malos escritores. ¿Cómo podía saber entonces si tenía la habilidad de transmitir emociones a través de la palabra escrita? Después de todo de eso se trata, ¿no?

Existen fórmulas pseudo-establecidas que nos pueden orientar a quienes pretendemos incursionar en este magnífico arte, como cursos o talleres literarios, pero no tenía el tiempo que éstos demandan y además mis gustos no son los aceptados universalmente como "clásicos". Existen obras muy elogiadas, que gozan técnicamente de una factoría impecable, de esas que llegan al alma, especialmente la de los críticos (sobre los que, curiosamente no hemos leído nada, y no por falta de méritos, sino porque, sencillamente, no son escritores, son críticos). En cambio en los verdaderos clásicos como Homero y sus magníficas “Ilíada” y “Odisea” -me fascina la claridad mental de alguien que vivió hace 2500 años para expresar sus ideas por las letras-. Los clásicos contemporáneos de un visionario extraordinario como Julio Verne, que aún hoy siguen sorprendiéndonos. Y qué decir de Emilio Salgari, que nos transporta a lugares de exótico magnetismo, de la mano de Sandokan en sus asombrosas aventuras. El pavor con que nos desborda H. P. Lovecraf en su pesadillesco y deliciosamente aterrador “Mitos del Cuthlu” o la fascinante “En la noche de los tiempos”. El hilarante y talentoso literato español Enrique Jardiel Poncela que nos arranca lágrimas de risa en “Pero… ¿Hubo alguna vez 11.000 vírgenes?” y su imperdible “Amor se escribe sin hache” o la inolvidable “Espérame en Siberia vida mía”. Sir Arthur Conan Doyle, Dean Koont, Stephen King entre muchos otros. La lista es larga y me faltarían páginas para mencionarlos a todos, y es que resultan encantadoramente adictivos.

Sé que es algo ambicioso, pero siempre me han atraído los desafíos, que no es lo mismo que los riesgos, y creo que he descubierto la manera de impregnarme de sus artes, valiéndome de un método utilizado por nuestros ancestros desde hace milenios, y que fue la clave del éxito de nuestra especie; aprender por imitación. ¿Y por qué no? Después de todo cuento con los mejores maestros, a través de sus obras.

No es nada fácil dar el primer paso, o más bien, escribir las primeras líneas. Entre decidir en qué tono escribir, si en primera persona o narrador omnisciente, y escoger el tema de entre miles de posibilidades, mis problemas no hacían más que comenzar, y si a eso agregamos mi maldita dislexia, tenía un buen lío entre manos.
Había escrito algunos bocetos de carácter novelesco, pero no contaba con la pericia narrativa para aventurarme en algo tan exigente. Entonces decidí probar con la versión compacta de la novela. El relato corto.

Era una buena forma de probar mi pulso y le brinda al lector la posibilidad de dejar la lectura en cualquier instante. Ya lo dijo Baltasar Gracián, "si lo bueno breve, dos veces bueno". Así, si no soy del gusto del lector, al menos me agradecerá esta consideración.

Los invito a acompañarme en éste, mi primer ejercicio literario que sin duda, les guste o no, no los dejará indiferente y espero que lo disfruten tanto como he disfrutado escribiéndolo.

Qué diablos, empecemos de una vez.